martes, febrero 20, 2007

Nuestro Aquiles de la Ilíada


Fuente: Virtudes y Valores
Autor: Luis Esteban Peiret



Navegando por los clásicos de la literatura, la Ilíada, sin duda, es una de las obras que más ha cautivado y educado a la vez. Su historia, sus valores y sus personajes van reflejando a la humanidad de ese tiempo y a la actual, enseñándonos las virtudes que debemos alcanzar y del mismo modo los errores que debemos evitar.

Y uno de esos errores se demuestra en el portentoso y orgulloso rey de los aqueos, Aquiles, «el de los pies ligeros» como lo nombra Homero. La obra comienza con la discusión entre Aquiles y Agamenón. Disgustado el rey de Micenas, roba la esclava preferida de Aquiles, y éste, en respuesta al ultraje, se niega junto con sus hombres a seguir luchando contra los troyanos incluso deseando malos augurios para los griegos.

Los dioses fueron favorables a los troyanos y, después de muchas pérdidas, envían embajadas y súplicas a Aquiles para que les ayude, pero se mantiene en su decisión. Su mejor amigo, Patroclo, pide a su rey permiso para salir a la lucha y salvar de la muerte a sus compañeros. Pero la desgracia le vino encima, muere el noble amigo en manos troyanas. Aquiles llora amargamente, se lamenta y entra en la batalla sólo para vengar la muerte de Patroclo, matando al valeroso troyano Héctor, y sucumbiendo los troyanos en manos de los griegos.

Esta epopeya homérica, fue escrita más o menos en el siglo VII antes de Cristo, pero cuánta actualidad tiene. El orgullo de Aquiles lo hizo cegarse, no ver las necesidades ni sentir compasión de los demás. El corazón se le endureció y actuó de un modo impetuoso e irreflexivo haciéndolo perder lo más valioso que tenía, su amistad. Así, las ofensas y todo aquello que nos afecta nos hace convertirnos en ese Aquiles, cegado por su orgullo, creando divisiones y consecuencias que después nos vienen encima.

En nuestro mundo actual no nos entendemos. Constantemente chocamos con personas que piensan un poco diferente a nosotros. Discutimos y fácilmente nos ofendemos. Toda nuestra cultura nos enseña que la ley de vida es la del más fuerte, que el orgullo de la persona es más importante que el bien o el mal del otro y como consecuencia, nos permitimos despreciar a los demás.

Por eso, cuando somos ofendidos, criticados o nos hacen alguna injusticia, damos la entrada a nuestro orgullo, al rey de los aqueos, cerrándonos en nuestros motivos y negándonos en la sociedad. Es una postura patética, ya que perdemos todo lo querido y después nos estamos quejando de sus consecuencias.

Entonces, ¿qué postura tomar ante las ofensas? ¿La de Aquiles? No, porque vemos en algunos capítulos posteriores de la obra que no comía ni bebía por la pena que tenía, incluso arrastraba el cadáver de Héctor alrededor del cuerpo de Patroclo, para consolarse de algún modo, arruinándose la vida, cayendo en una locura. Así, la verdadera postura que debemos seguir no es otra que la del perdón.

Muchos consideran el perdón como un defecto, propio de los bobos o de los ilusos. Y es todo lo contrario, una virtud propia sólo de un héroe. Un héroe que deja su amor propio, olvida, y sigue adelante construyendo una sociedad unida en vez de dividirla aún más. Sí, nos hace héroes porque perdonando nos hace más humanos y nos va forjando el corazón.

Porque perdonando a los demás construimos la unidad. Pues todos somos diferentes y vivimos en convivencia, ofendiéndonos algunas veces, sin querer. Y si nuestro orgullo persistiera, no existiría la paz ni la concordia. Porque el perdón nos hace conservar la amistad o los lazos que nos unen por encima de nuestros errores o faltas involuntarias. Perdonando seremos perdonados. Jesucristo dijo que seremos medidos por la misma medida con que midamos.

Pero cuidado, podemos caer en el escollo de querer ser perdonados pero no querer perdonar. ¿Cómo podremos perdonar, si nuestro Aquiles surge naturalmente? Primero que nada viendo los modelos, hombres que a lo largo de la historia, nos han enseñado a perdonar. Como muchos, entre ellos Jesucristo, que aún lo hizo en la cruz con sus verdugos.

Otro medio para hacerlo, es vivir con sencillez, comprender que todos tenemos errores, dificultades, que nos mueven a hacer cosas que no queremos pero que ofenden a los demás. Comprender, ser sencillos de corazón. Buscar disculpar a los demás con mis propias justificaciones.

Y por último poner el amor. Como lo vemos en nuestro padres. Antes las ofensas de sus hijos ponen el amor. Y así podremos formar mejor la sociedad.

Si todos diéramos riendas sueltas a nuestro Aquiles, fácilmente terminaríamos en un mundo en violencia y en guerra. Analicemos nuestra postura: ¿cuál sigo y cuál debo seguir?. Somos dueños de nosotros mismos. Sigamos adelante viviendo el amor en el perdón.


¡Vence el mal con el bien!