sábado, marzo 17, 2007

LA CENTRALIDAD DE LA PERSONA HUMANA EN LA ACCIÓN COMUNICATIVA


Por: Jorge Alberto Hidalgo Toledo

¿Qué es la comunicación sino un acto referencial dotado de sentido y significación? Y decimos referencial porque es a través del lenguaje y su carácter comunitario que invocamos, evocamos y se nos “autorrevela el mundo” (Cassirer, 1985, p. 18) para conquistar con ello nuestra propia condición existencial. Esta interacción sintáctica y dinámica entre la materia, el individuo, el lenguaje, la comunicación, la percepción y la inteligencia es la que permite unirnos semánticamente a los demás seres morales y compartir con ellos valores, tradiciones, costumbres e ideas enriqueciendo la experiencia vital.


De esta forma, la comunicación constituye, no una intención vacía como creía Husserl sino como bien apunta Sastre, “una experiencia trascendental” (Sartre, 2000, p. 307); una relación de compromiso que sobrepasa la gramática, la realidad y el mismo lenguaje.

Comunicar es “extender la mano” (López Quintás, 1968, p. 125), es encuentro, es intimidad, es vincularse con el otro, es diálogo, es entrega, es darse al otro; lo que la hace sinónimo del amor, porque cada cual se hace persona al hacerse el yo responsable del tú (Buber).

La comunicación, no es un mero accidente que ocurre entre los hombres; por ello, hoy día, se distingue de informar . Comunicar, por el contrario, es dotar de significado las cosas del mundo; lo que significa, dotar de sentido a la existencia misma.

Con ello, quiero apuntar que es la persona el centro y el destino de la acción comunicativa. Lo que debería llevarnos a creer que en cada palabra vertida en un periódico, en cada imagen transmitida en tiempo real por un noticiario televisivo, en cada sonido emitido por la radio debería haber, como afirmaba Gabriel Marcel, una “certeza existencial” (Sanabria, 2000, p.155), pero no la hay.

Esta invocación recíproca de encuentros interpersonales es la ontología misma de la comunicación. Quienes buscamos el “Ser” de la comunicación, en el fondo buscamos al hombre mismo.

Siendo la humanidad entera la que se oculta detrás del fenómeno comunicativo es vital analizar la función de los medios y ver si estos, en verdad, están al servicio del hombre.

La interacción simbólica que se ha tendido en Internet y la convergencia tecnológica, ha puesto al descubierto la ausencia de un rostro y la desnudez del cuerpo. Por ello, podemos hablar de indigencia comunicativa, de egoísmo simbólico, de extranjeros gramaticales, de ausencias cognoscitivas, de despojo mediático, de soledad significativa, de pobreza informativa, de miseria existencial.

Quizá el problema más grave y evidente de la comunicación en la era digital no sea la brecha informativa sino la ausencia de una metafísica significativa que permita nuevamente la posesión del mundo y la instauración de una comunidad universal de personas por el don de la comunicación.

Devolver el sentido trascendente a la acción comunicativa implica volver los ojos a la centralidad de la persona, al reconocimiento y valoración del otro, a la ética y a los fundamentos de los medios: servir para buscar el bien común; unir, para construir a través de la solidaridad una verdadera aldea global; y equilibrar con justicia a la sociedad.

He aquí la revisión bioética de la acción comunicativa en la era de Internet. Regresemos al “ser a su morada” (Heidegger, 1987, p. 26); registremos la propia existencia y sus condiciones ética y personalista para hablar nuevamente de significación y sentido en la acción humana; para entender nuevamente la comunicación como la mediación ética del mundo .
Esta manifestación del hombre, esta radicalidad de la persona humana conlleva la idea de la comunicación. Es decir, si la persona humana es en el mundo, es porque es con-los-otros.(Forzán, Hidalgo, 2005)

Ese ser-con-los otros es posible gracias al lenguaje, a la expresión del espíritu que dota de contenido a los objetos y a la persona misma. Para conservar la unicidad de la persona y llegar a ser, es necesario contar con los medios para desarrollar la virtud (Fromm, 1986, p. 39), para colocarnos ante nuestra propia naturaleza y dominarla.

En función de nuestro objeto de estudio, los medios masivos de comunicación, si han sido mediados por la ética, determinarán la acción del hombre sin perder de vista que el fin es el hombre mismo. Lo que nos lleva a afirmar que los medios están al servicio de la persona.

Hoy día filósofos, comunicólogos, antropólogos, sociólogos y politólogos hablan de la necesidad de contar con medios de comunicación libres y responsables para la creación de sistemas democráticos donde prime la libertad de expresión y prensa. Para ello, han creado múltiples modelos y teorías de responsabilidad social, códigos de ética, vías de autorregulación y legislación para justificar el buen actuar de los medios ante la sociedad civil.

Muchos han sido los estudios dedicados a los efectos de los medios y los intentos para establecer un uso ético de los mismos. Pero, ¿podemos hablar realmente de ética mediática si limitamos los esfuerzos a generar legalismos, normativas y códigos de conducta más que intentos por visualizar a los medios como herramientas colaborativas para devolver el lugar del hombre en el mundo?

Esta reubicación del hombre, debe partir necesariamente del entender que los medios están al servicio del hombre. Pero, ¿qué implica este servicio? Cuando hablamos del “servicio” que prestan los medios de comunicación, nos referimos a su aportación para lograr un factor de crecimiento y progreso humano, progreso de la verdad del hombre, progreso cultural, social y económico. De ahí que en términos concretos busquemos que los medios de comunicación estén a la “defensa de la promoción de la verdad integral” (Casales, 1985).

Los medios deben servir para encontrar respuestas verdaderas; para desarrollar las habilidades; para conocer, compartir y comunicar las intenciones, deseos, sentimientos, conocimientos y experiencias; para comprender, actuar con libertad y progresar; para establecer relaciones, solidarizarnos; para enriquecernos intelectual, moral, social y espiritualmente; para promocionar los valores humanos y la vida humana; para realizar un encuentro entre hombres, culturas, ideologías, historias y signos trascendentes.

Cuando los medios y las nuevas tecnologías de información, pierden este sentido de utilidad, se pierde con ello el sentido de la condición humana y se terminan agrediendo: la dignidad humana, los valores universales, la cultura, los sistemas económicos, políticos y sociales.

La comunicación que se sostiene de la experiencia común, solidaria y caritativa –porque ofrece lo mejor del otro- termina construyendo el cuerpo del mundo. El rostro y la identidad que tomará se define como lengua viva; pues serán los hombres los que moldeen el mundo para mejorar su calidad de vida y no los medios los que moldeen sus opiniones y los aspectos fundamentales de su vida. Cuando los medios “sirven”, construyen, “unen y solidarizan” (Redemptoris Missio, 1990, 37); justifican la existencia, rompen con la soledad y nos llevan a la plenitud.

La acción fecunda de los medios es aliviar la indiferencia, eliminar el aislamiento, desbancar el rechazo, derrotar el egoísmo, reconstruir la incomprensión, diluir “la tonalidad grisácea de la existencia” (Serrano, 1970, p. 45).

La soledad del hombre tecnológico, es la de aquél que ha visto pisoteada su intimidad por los abusos de la imagen, los vacíos de la palabra, los silencios informativos, la mezquindad de la manipulación, la persuasión de la indecencia, la falta de responsabilidad social y una ética en los medios.

Todo esquema formal e informal de control de los medios debe trascender las leyes y reglamentos para contemplar algo más que códigos de conducta. Una ética integral debe contemplar todos los aspectos de la persona humana y su interrelación con el medio. Los medios como bien señalaba Xavier Zubiri deben servir para “realizar la vocación humana, ser de verdad hombres” (Zubiri, 1987, p. 259).

De esta manera, los medios dejan de ser una “fuerza ciega de la naturaleza fuera del control del hombre” (Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Ética en las Comunicaciones Sociales, 2000, 1) y pueden ser usados con fines buenos o malos ya que ellos no hacen nada por sí mismos, sino por la acción de los hombres.

Es por los fines, la participación del hombre, su uso como herramientas, el grado de bondad o de maldad con que se produce la acción comunicativa que los medios deben estar mediados por la ética. Dependiendo del grado de mediación de ésta última, podremos hablar del aumento de la empatía, la compasión, la solidaridad, el odio, el narcisismo o la soledad entre los hombres.

La Constitución Pastoral Gaudium et spes apunta: “Los medios deben hacer consciente al hombre de su dignidad, a comprender los sentimientos de los demás, a cultivar un sentido de responsabilidad mutua, y a crecer en libertad personal, en el respeto a la libertad de los demás y en la capacidad de diálogo” (1966, 30-31).


Emmanuel Mounier se anticipó a estas líneas cuando comentó: “Una persona es un ser espiritual constituido como tal por una manera de subsistencia e independencia de su ser; mantiene esta subsistencia por su adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y vividos por un compromiso responsable y una conversión constante: unifica así toda su actividad en la libertad y desarrolla por añadido a golpe de actos creadores la singularidad de su vocación. Es en la comunidad, en la relación concreta de comunicación con los demás, donde realmente se constituye la persona”. (Mounier, Manifiesto al servicio del personalismo).


Si como bien apunta Mounier, los hombres necesitan satisfacer su necesidad de información para tomar decisiones, autoconfirmarse en el mundo y reproducir con ello un régimen democrático, justo y solidario, la inhibición y el bloqueo de la posibilidad de expresión y acceso a la información, se vuelve un atentado contra la posibilidad de realización de la persona.

Para bien de las personas, la sociedad y la democracia, los medios no deben ser amenazados por los poderes coercitivos en una sociedad; y por otro, para luchar a favor de la libertad de expresión, los responsables de la comunicación deben esforzarse más por averiguar la veracidad de los hechos.

Si los medios han de cumplir su función de ser la conciencia crítica de la sociedad frente a los demás poderes, hay que seguir insistiendo en la evaluación acuciosa de los hechos, la profundización en la actuación como servidores de la sociedad y no de los poderes políticos y el que se garantice el acceso a información fiable, plural y veraz al servicio del bien común. (Hidalgo, Baran, 2005).

Si los medios habrán de promover la realización humana no podemos dejar de mencionar que en la era digital se han desencadenado una serie de atentados contra los valores morales, abusando de los medios para colocarlos al servicio del mercado y no de la persona humana.

Juan Pablo II nos enseña en su Encíclica Centesimus Annus: Sí que los medios desempeñan un papel importante en la economía del mercado y es un hecho que la comunicación social sostiene negocios y comercios; pero por encima de ello está el que “contribuyan a estimular el progreso y la prosperidad, que promueva mejoras en la calidad de los bienes y servicios existentes, permitiendo que las personas hagan opciones informadas y que les ayuden a tomar decisiones que les potencien el espíritu cívico y solidario”. (1991, 34)


Hablar de los medios de comunicación en la era de Internet nos lleva a pensar necesariamente en la manera en cómo están impactando estos a la cultura, a la educación y a la espiritualidad de las personas.

Si queremos que los medios se comprometan con el hombre y su diálogo con la verdad, deberán cumplir con su deber como nos señaló el Santo Padre: “atestiguar la verdad sobre la vida, sobre la dignidad humana, sobre el verdadero sentido de nuestra libertad y mutua interdependencia” (Juan Pablo II, Mensaje para la XXXIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 1999, 2).


La teoría de la Responsabilidad Social de los Medios ofrece esquemas interesantes, tanto formales como informales para controlar a la industria mediática y verificar que los profesionales cumplan responsablemente con su deber. Pero, ¿podemos ir más allá de las leyes y los reglamentos?

La ética, en su propia ontología nos ofrece la gran solución; puesto que consiste en reglas de conducta y principios que guían la acción humana y nos ayudan a decidir responsablemente ante ciertas situaciones (Hidalgo, 2005).

Es la misma ética la que nos ayuda a discernir racionalmente equilibrando los controles externos formales (leyes, reglamentos, códigos de ética) y los internos (tanto los de la industria como los personales).

La aplicación de la ética en los medios nos permitirá encontrar las respuestas que mejor defiendan moralmente a un problema para que el respeto, la justicia, la bondad, la belleza y la dignidad humana se mantengan vigentes.

Si cada comunicador parte de la ética para definir su posición ante cada problema que cubre, terminará por un lado, profundizando en el conocimiento de sí mismo y, en segundo lugar, definiendo hasta dónde puede garantizar que lo comunicado ayude a la construcción de la identidad del otro.

La ética, cuando es aplicada, ayuda a equilibrar intereses contradictorios y no limita al comunicador a operar sólo en función de lo que está o no permitido por un código normativo empresarial.

Los medios cumplen una misión trascendental que es unir a los hombres. Si este objetivo se realiza partiendo de la ética, servirá para difundir la verdad, hacernos más conscientes de la dignidad de la persona, más responsables, más tolerantes y abiertos a las necesidades de los demás, para con ello participar en actividades que favorezcan el bien común.

Al ser los medios simples instrumentos al servicio del hombre, no son ni buenos ni malos por sí mismos; pero sí pueden llevar mensajes enriquecedores y formativos o violentos, vulgares y obscenos que formen en la persona opiniones o construcciones erróneas o acertadas del mundo.

La ética mediática se hace presente cuando la intención (de quien envía el mensaje), promueve o no valores (el mensaje mismo), para que alguien realice o no actos morales (interpretación, respuesta y retroalimentación).

Muchas son las fórmulas que se han buscado para respetar a la persona, promover el interés público, garantizar su crecimiento intelectual, cultural y espiritual. Todas ellas son medidas positivas que están funcionando y que podrían hacer un bien mayor si no pierden de vista que los medios deben estar el servicio de la familia humana y que en la medida que se ajusten a modelos éticos darán más sentido a la vida de las personas.

La apuesta por la mediación ética puede traer beneficios en múltiples planos. Su práctica e impacto puede llevar a la realización de la persona y a que esta alcance la felicidad.

A continuación expongo en qué puntos la ética puede ser la clave para mejorar la actuación de los medios.


• En lo económico. Los medios impulsan los mercados y sostienen muchos negocios gracias a la publicidad. También son ellos los que estimulan el empleo y promueven mejoras en la calidad de los bienes y servicios. En la medida que los medios fomenten una competencia sana y responsable que derive en una mayor y mejor información para la toma de decisión y promuevan en las empresas la responsabilidad social podrían contribuir en la justicia social.

• En lo político. La transmisión de mensajes apegados a la verdad y sin pretensiones ideológicas manipuladoras, podrían beneficiar a la sociedad para que las personas participen más en los procesos políticos. Si ya están uniendo a las personas, qué mejor que lo hagan para alcanzar propósitos y objetivos comunes. Un país que se diga democrático y que no cuente con medios éticos, está mintiendo, ya que estos serían los encargados de llamar la atención en casos de incompetencia, corrupción, abuso de confianza o promover la competencia, el espíritu cívico y el cumplimiento del deber.


• En lo cultural. Son los medios los que acercan a las personas a actividades como el arte, la música, el teatro, la literatura y promueven con ello el desarrollo humano al buscar la promoción del conocimiento, la sabiduría y la belleza. Los medios, si apuestan por la ética, podrían llevarnos a entender las prácticas culturales y las tradiciones de los demás pueblos; así como a valorar nuestro patrimonio cultural y preservarlo.


• En lo educativo. Los medios ofrecen herramientas e instrumentos complementarios a la formación de niños, adolescentes, padres de familia y ancianos. Gracias a su nivel de penetración, la educación puede llegar a los sectores más marginados y ofrecerles una visión esperanzadora del mundo. Si se emplean adecuadamente, podrían ser fuente de progreso social.

• En lo personal. Los medios pueden enriquecer la experiencia vital al transmitir mensajes, noticias, ideas y acontecimientos positivos que inspiren, alienten y lleven a las personas a participar en hechos trascendentales. Tanto la formación intelectual, cultural y espiritual se puede beneficiar de palabras e imágenes constructivas.


No está demás insistir en que todas estas formas de comunicación ética y sus beneficios, no son simples manifestaciones de ideas ni expresiones de un sentimentalismo; para que los medios sirvan realmente a la comunidad deben estar entregados por entero al respeto del bien común, la promoción del ejercicio de la libertad y el atestiguar la verdad sobre la vida y la dignidad humana.

Juan Pablo II escribió en su más reciente Carta Apostólica El rápido desarrollo: “Los contenidos tendrán siempre por objeto hacer a las personas conscientes de la dimensión ética y moral de la información”. (2005, 9).


Ya lo decía Mounier, para desarrollar una sociedad personalista, hay que salir de uno mismo; hay que comprender al otro acogiendo su diferencia; hay que asumir el sentido del dolor, la pena, la alegría y labor de los otros para dar, para entregarnos y ser fieles a la existencia. Amar realmente al otro, aseguraba Marcel, es amarlo en Dios. La comunicación es el puente entre el misterio y el abismo. La comunicación no es un símbolo, ni una herramienta. La comunicación no es un salto al vacío, ni una representación absurda. La comunicación no es un combate entre los hombres.


La comunicación es sentido y trascendencia. Es una autentificación de la persona. Es afirmarnos en el mundo. Es entregarnos a los otros. Es dar la vida por los otros.

Si el hombre, perdió el sentido del ser de la comunicación, es porque nunca aprendió a decir Dios.


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